AL FONDO LA CATEDRAL

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miércoles, 26 de noviembre de 2008

Arado de vertedera


La agricultura y el mundo rural-V

Los meses de trabajo mas intensos eran los de julio y agosto; en ellos se desarrollaban la mayoría de las labores de recolección agrarias de todo el año. Una vez que se “acarreaban” todos los productos hasta las eras, comenzaban los trabajos de “Trillar” que era un trabajo agotador, ya que era una tarea que se desarrollaba a pleno sol, con un calor de justicia. Hay un refrán que dice ¡Calor quiere la Trilla! Cuanto más calor mejor se consigue el efecto que se persigue, que no es otro que el de desmenuzar el bálago de la mies que extendido en una parva, era triturado por los trillos tirados con las parejas de vacas en unas ocasiones y otras con caballos y burros que giraban y giraban dando vueltas en el sentido de las agujas del reloj, hasta quedar totalmente triturado.
A estos trabajos seguían los que llamábamos de “limpiar” que consistía en separar la paja del grano, para ello teníamos que aprovechar los días de viento en los cuales al lanzar la paja y el grano juntos al aire, este iba separando por un lado la paja y por otro el grano, que después pasábamos una criba para que quedara totalmente limpio, para después llevarlo con los “carros” cargados hasta el granero donde se almacenaba hasta su venta.
Con la paja ocurría lo mismo. Este producto totalmente triturado, era muy importante para la alimentación del ganado en todo el invierno. Lo cargábamos en los “carros” que, equipados con unas redes de maya lo llevábamos a los pajares donde lo depositábamos, aguantando el polvo que desprendía. Este era uno de los últimos trabajos del verano, que generalmente, terminaba a mediados de septiembre.
Pero después del verano llegaba enseguida el otoño y con el las nuevas faenas de la sementera, ¡para no perder el ritmo del trabajo!. Ni siquiera en invierno dejábamos de acudir a nuestras tareas del campo. Siempre se tenía algún trabajillo que hacer. Concretamente recuerdo uno que tenia algo de ingeniería. Surgía que en el centro de algunas tierras había un trozo de terreno el cual no se podía cultivar por culpa de que se formaba un humedal, dado que tenía una capa de arcilla la cual no dejaba filtrar el agua. Entonces excavábamos una zanja más o menos de cuarenta centímetros de profundidad por veinte centímetros de ancha, la cual rellenábamos con piedras redondas que generalmente había en la misma tierra y sobre las piedras poníamos paja del rastrosjo, para después tapar la zanja con la tierra que habíamos sacado al excavar, llevando esta hasta la linde de la tierra. Con ello conseguíamos dos cosas: primero secar el humedal y segundo tener agua fresca para calmar la sed en el verano

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